Getting your Trinity Audio player ready...
|
Conservar la memoria es fundamental para mejorar el futuro
Memoria, un concepto usado contra las víctimas del terrorismo, cuando una bastarda ideología pretende traer el recuerdo de unos asesinatos en 1936 por un bando de la guerra civil, mientras olvida —y justifica— los asesinatos del otro contendiente.
Estamos en julio, a mediados. Sin ir muy lejos en el tiempo, cada uno tenemos memoria y recuerdo cercano del lugar y actividad exacta que realizábamos en determinados momentos de nuestra vida. Momentos inolvidables de la historia de España que, en ocasiones, fueron el inicio de un cambio en el rumbo de la nación.
Año 1997. Un muchacho de 29 años volvía a su domicilio en Ermua para comer con sus padres en mitad de la jornada laboral. Utilizaba el tren. No regresó por la tarde a su puesto de trabajo en una consultora de la localidad vizcaína de Eibar.
La banda terrorista ETA reivindicó su secuestro a las pocas horas en una llamada al diario Egin. Amenazaban con asesinarle si, en el plazo de 48 horas, el ministerio del Interior no acercaba a los establecimientos penitenciarios de las provincias vascongadas a los presos de la banda terrorista ETA. El secuestro es la bastarda reacción de los terroristas ante la liberación de José Antonio Ortega Lara; funcionario de establecimientos penitenciarios, quien estuvo secuestrado 532 días por los etarras.
Todos los partidos del llamado bloque democrático exigieron la liberación de Miguel Ángel Blanco Garrido. Fíjense el estado de ánimo de los ciudadanos españoles —recordemos que los vascos son españoles— que, hasta el presidente del PNV, Jabier Arzallus, calificó el secuestro de «brutalidad» y aseguró el firme propósito de su partido, en la medida que se pueda, «hará lo que sea» por su liberación.
Se convocaron concentraciones, vigilias, manifestaciones, a lo largo y ancho de España. Nace el lema de «Basta ya». Multitud de personas pintan sus manos con el color blanco y alzan las mismas para exigir la liberación del joven secuestrado.
El día 12 de julio, a primera hora de la tarde, aparece el cuerpo de Miguel Ángel Blanco Garrido con dos tiros en la cabeza en una zona boscosa en Lasarte, provincia de Guipúzcoa. Le habían disparado con un arma de pequeño calibre. Es trasladado al hospital en estado crítico. Fallece en la madrugada del día 13 de julio.
En cuanto apareció el cuerpo de Miguel Ángel, los internos etarras en establecimientos penitenciarios fueron trasladados a recintos de aislamiento. El resto de internos, llamados «comunes», así como otros con delitos más graves, exigían el derecho de «saludar» con «abrazos efusivos» —recuerden la ironía— a los compañeros de los asesinos. ETA había cumplido su macabra promesa: asesinar a un joven.
Nació el «Espíritu de Ermua». Un grupo de personas con diversas ideologías —incluido el PSOE— se aliaron para luchar contra ETA, contra el terrorismo, desde la sociedad civil.
Algunos recordamos el momento exacto de conocer esa noticia, secuestro, asesinato. Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote, fue su asesino.
Este terrorista participó en los asesinatos de: Alfonso Morcillo, Gregorio Ordóñez ,Fernando Múgica, Jose Luis Caso Cortines, José Ignacio Iruretagoyena, Manuel Zamarreño y los guardias civiles Irene Fernández Perera y José Ángel de Jesús Encinas. Además de otros atentados con bomba o ametrallamiento a establecimientos oficiales.
Los jóvenes no saben quién fue Miguel Ángel Blanco Garrido. Dentro de poco Txapote andará suelto por las calles de España. Tampoco recordarán quién es ese maldito asesino.
Hoy nos atizarán viles discursos para insultarnos a quienes recordamos estos asesinatos, y los atentados que vivimos en carne propia, mientras guardamos esta MEMORIA. No podemos olvidar lo inolvidable.
Memoria, un concepto usado contra las víctimas del terrorismo, cuando una bastarda ideología pretende traer el recuerdo de unos asesinatos en 1936 por un bando de la guerra civil, mientras olvida —y justifica— los asesinatos del otro contendiente.
Estamos en julio, a mediados. Sin ir muy lejos en el tiempo, cada uno tenemos memoria y recuerdo cercano del lugar y actividad exacta que realizábamos en determinados momentos de nuestra vida. Momentos inolvidables de la historia de España que, en ocasiones, fueron el inicio de un cambio en el rumbo de la nación.
Año 1997. Un muchacho de 29 años volvía a su domicilio en Ermua para comer con sus padres en mitad de la jornada laboral. Utilizaba el tren. No regresó por la tarde a su puesto de trabajo en una consultora de la localidad vizcaína de Eibar.
La banda terrorista ETA reivindicó su secuestro a las pocas horas en una llamada al diario Egin. Amenazaban con asesinarle si, en el plazo de 48 horas, el ministerio del Interior no acercaba a los establecimientos penitenciarios de las provincias vascongadas a los presos de la banda terrorista ETA. El secuestro es la bastarda reacción de los terroristas ante la liberación de José Antonio Ortega Lara; funcionario de establecimientos penitenciarios, quien estuvo secuestrado 532 días por los etarras.
Todos los partidos del llamado bloque democrático exigieron la liberación de Miguel Ángel Blanco Garrido. Fíjense el estado de ánimo de los ciudadanos españoles —recordemos que los vascos son españoles— que, hasta el presidente del PNV, Jabier Arzallus, calificó el secuestro de «brutalidad» y aseguró el firme propósito de su partido, en la medida que se pueda, «hará lo que sea» por su liberación.
Se convocaron concentraciones, vigilias, manifestaciones, a lo largo y ancho de España. Nace el lema de «Basta ya». Multitud de personas pintan sus manos con el color blanco y alzan las mismas para exigir la liberación del joven secuestrado.
El día 12 de julio, a primera hora de la tarde, aparece el cuerpo de Miguel Ángel Blanco Garrido con dos tiros en la cabeza en una zona boscosa en Lasarte, provincia de Guipúzcoa. Le habían disparado con un arma de pequeño calibre. Es trasladado al hospital en estado crítico. Fallece en la madrugada del día 13 de julio.
En cuanto apareció el cuerpo de Miguel Ángel, los internos etarras en establecimientos penitenciarios fueron trasladados a recintos de aislamiento. El resto de internos, llamados «comunes», así como otros con delitos más graves, exigían el derecho de «saludar» con «abrazos efusivos» —recuerden la ironía— a los compañeros de los asesinos. ETA había cumplido su macabra promesa: asesinar a un joven.
Nació el «Espíritu de Ermua». Un grupo de personas con diversas ideologías —incluido el PSOE— se aliaron para luchar contra ETA, contra el terrorismo, desde la sociedad civil.
Algunos recordamos el momento exacto de conocer esa noticia, secuestro, asesinato. Francisco Javier García Gaztelu, alias Txapote, fue su asesino.
Este terrorista participó en los asesinatos de: Alfonso Morcillo, Gregorio Ordóñez ,Fernando Múgica, Jose Luis Caso Cortines, José Ignacio Iruretagoyena, Manuel Zamarreño y los guardias civiles Irene Fernández Perera y José Ángel de Jesús Encinas. Además de otros atentados con bomba o ametrallamiento a establecimientos oficiales.
Los jóvenes no saben quién fue Miguel Ángel Blanco Garrido. Dentro de poco Txapote andará suelto por las calles de España. Tampoco recordarán quién es ese maldito asesino.
Hoy nos atizarán viles discursos para insultarnos a quienes recordamos estos asesinatos, y los atentados que vivimos en carne propia, mientras guardamos esta MEMORIA. No podemos olvidar lo inolvidable.
Mi publicación “Obligaciones voluntarias” cuenta una historia sobre las alimañas etarras. En parte producto de mi imaginación contra los asesinos de ETA y sus herederos en política —HB, SORTU, EhBildu,… y otras bastardas marcas de partidos políticos—, queda a elección del lector si la realidad se acerca mucho a la ficción. Si encuentran parecido con la realidad, déjense llevar por su intuición.
He aquí el enlace, donde comenzar la leer gratis en la opción “Echa un vistazo” de Amazon.